Existen diversas definiciones de valor añadido dependiendo del contexto en el cual se utilice. Por ejemplo, el valor económico añadido (VEA), en su versión más simple, representa el exceso del beneficio de explotación contable sobre el coste de la totalidad de recursos utilizados (tanto ajenos como propios). También se conoce con sus siglas en ingles, EVA (Economic Value Added). En cambio el valor añadido, en términos de marketing, es una característica o servicio extra que se le da a un producto o servicio con el fin de darle un mayor valor en la percepción del consumidor. Vistas estas definiciones, podemos entender el concepto de valor añadido, como ese «algo que nos diferencia del resto» y que es valorado positivamente por el mercado. Una vez llegado a este punto, es precisamente aquí donde entra en juego de nuevo la Innovación.
Por naturaleza la innovación es una actividad de alto valor añadido, difícil de deslocalizar y que debería de ser el foco de cualquier sociedad post-industrial. Las actividades de bajo valor añadido, se pueden trasladar a países con mano de obra mucho más barata. Por ello, es importante para competir en el futuro, centrar esfuerzos y tiempo en actividades de alto valor añadido, cuanto más alto mejor. El poder de asignar o no valor, al final de todo lo tiene el mercado. El consumidor es el juez que determina si un producto o servicio tiene valor, y de ahí se extiende hacia dentro de la empresa.
La innovación en productos y procesos es un ingrediente clave para el éxito de las empresas. Una de las claves del éxito es la sincronía entre la gestión del negocio y la gestión de la innovación desde el punto de vista tecnológico.
Por todo lo expuesto, es importante centrar los esfuerzos en actividades que tengan mayor impacto y satisfagan necesidades de la sociedad.